Para tapar una mancha la
solución no es blanquear toda la pared. Al final resulta un esfuerzo ímprobo
pues aquella vuelve a aparecer. Ensalzar la figura del Rey y convertirle en el conciliador de todas las afrentas contra
España es un juego tremendamente peligroso y por lo que se ve adictivo para los
que tiran con pólvora ajena.
Don Juan Carlos no es superman ni pretende serlo, por tanto no
puede ser el mediador entre los sindicatos y el Gobierno para evitar una huelga
general (un empeño baldío), no puede ser el mediador entre la presidenta de
Argentina y Repsol para evitar una confiscación (un fracaso sonoro), no puede
ser el artífice de que consigan contratos millonarios para levantar el país (el
AVE a la Meca), no puede ser quien diga a los empresarios que han de crear
empleo.
Convertir al Rey en un
conseguidor es hacerle un flaco favor a la Corona. Pero cuando manda la
prepotencia: “Majestad, los medios de comunicación pronto estarán a sus pies”,
no se vislumbra que se le empuja al borde del precipicio. Los españoles no son
tontos y desconfían cuando después de treinta/cuarenta años se les abren las
puertas de la Zarzuela en un dominical y se les trata de convencer que es una
casa más: abierta, sencilla y con los problemas cotidianos que a todos nos aquejan
en el día a día.
Los muñidores de la figura
de un Rey hacedor se equivocan de medio a medio. Le hacen perder su simpatía natural
y encanto, algo innegable. Pero eso no le incapacita para rendir cuentas de su
gestión.
Corifeos no le faltan ni le
faltarán a Su Majestad, ni periodistas sobrecogidos, ni encantadores de serpientes.
Entre todos los de esta especie acabarán incendiando la corona que pretenden
defender.