Vivo en una urbanización donde una mujer ‘caritativa’ reparte por la noche comida a mansalva para los gatos. Su generosidad provoca la aparición de ratas y otros bichos, además de crear zonas insalubres.
Un día un vecino, cansado de que
los roedores campen a sus anchas por su calle y su jardín, pegó este cartel en
un árbol.
A los pocos días un gracioso
añadió un dibujo de un político al que sus enemigos llaman con rabia y asco ‘el
coletas’. Un gesto que da idea de cómo ha calado el insulto en el imaginario
colectivo y en la chiquillería.