Mientras
aquí y en la Unión Europea se marea la perdiz
con la mujer-cuota, la presencia en los consejos de administración, o en
las empresas del IBEX, en los Estados Unidos el debate sobre el papel de la
mujer en la sociedad va por otros derroteros. Los militares de Estados Unidos, al menos
oficialmente, todavía prohíben a las mujeres servir en posiciones de combate
directo. Varios grupos de presión se han movilizado para que superen sus
obsesiones y reconozcan el lugar que le corresponde a la mujer en el campo de
batalla. Prohibir a las mujeres entrar en combate no garantiza la eficacia
militar, pero perpetúa los estereotipos de género y los prejuicios.
Actualmente,
214.098 mujeres son militares en Estados
Unidos, lo que representa un 14,6 por ciento del total de los miembros en
activo. Alrededor de 280.000
mujeres han usado uniformes
estadounidenses en Afganistán e Irak, donde han muerto 144 y más de 600 han
resultado heridas. Cientos de
mujeres soldados han
recibido una insignia al valor por ‘acción de combate’, otorgado por
comprometerse activamente contra
un enemigo hostil. Dos mujeres,
sargento, Leigh Ann Hester (en la imagen) y Monica Lin Brown, han sido galardonadas con
estrellas de plata - una de las más altas condecoraciones militares concedidas
por su valor en combate - por su servicio en Afganistán e Irak.
Sin embargo, los
militares de Estados Unidos, al menos oficialmente, todavía prohíben a las
mujeres servir en posiciones de combate directo. Como la guerra irregular se ha
convertido cada vez más común en las últimas décadas, la diferencia sobre el
terreno entre los papeles de primera línea y el apoyo en la retaguardia ya no
es tan clara. Los defensores de
la política, que incluyen a Duncan Hunter (republicano por California), ex
presidente del Comité de Servicios Armados, y al ex senador y ex candidato a la
Casa Blanca, Rick Santorum, se basan en tres argumentos centrales: que las mujeres no pueden
cumplir con los requisitos físicos necesarios para luchar, que simplemente no tienen cabida en el
combate, y que su inclusión en unidades de combate puede interrumpir la cohesión esas unidades y la
disposición de batalla. Sin
embargo, estos argumentos no se sostienen ante los datos actuales sobre el
desempeño de las mujeres en combate o su impacto sobre la dinámica de las
tropas. Prohibir a las mujeres entrar
en combate no garantiza la eficacia militar, pero perpetúa los estereotipos de
género y prejuicios. Es hora de
que los militares norteamericanos superen sus obsesiones y reconozcan el lugar
que le corresponde a la mujer en el campo de batalla.