miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mujeres en pie de guerra


Mientras aquí y en la Unión Europea se marea la perdiz  con la mujer-cuota, la presencia en los consejos de administración, o en las empresas del IBEX, en los Estados Unidos el debate sobre el papel de la mujer en la sociedad va por otros derroteros. Los militares de Estados Unidos, al menos oficialmente, todavía prohíben a las mujeres servir en posiciones de combate directo. Varios grupos de presión se han movilizado para que superen sus obsesiones y reconozcan el lugar que le corresponde a la mujer en el campo de batalla. Prohibir a las mujeres entrar en combate no garantiza la eficacia militar, pero perpetúa los estereotipos de género y los prejuicios. 
 Actualmente, 214.098 mujeres son militares en Estados Unidos, lo que representa un 14,6 por ciento del total de los miembros en activo. Alrededor de 280.000 mujeres han usado uniformes estadounidenses en Afganistán e Irak, donde han muerto 144 y más de 600 han resultado heridas. Cientos de mujeres soldados han recibido una insignia al valor por ‘acción de combate’, otorgado por comprometerse activamente contra un enemigo hostil. Dos mujeres, sargento, Leigh Ann Hester (en la imagen) y Monica Lin Brown, han sido galardonadas con estrellas de plata - una de las más altas condecoraciones militares concedidas por su valor en combate - por su servicio en Afganistán e Irak. 
Sin embargo, los militares de Estados Unidos, al menos oficialmente, todavía prohíben a las mujeres servir en posiciones de combate directo. Como la guerra irregular se ha convertido cada vez más común en las últimas décadas, la diferencia sobre el terreno entre los papeles de primera línea y el apoyo en la retaguardia ya no es tan clara. Los defensores de la política, que incluyen a Duncan Hunter (republicano por California), ex presidente del Comité de Servicios Armados, y al ex senador y ex candidato a la Casa Blanca, Rick Santorum, se basan en tres argumentos centrales: que las mujeres no pueden cumplir con los requisitos físicos necesarios para luchar, que simplemente no tienen cabida en el combate, y que su inclusión en unidades de combate puede interrumpir la cohesión esas unidades y la disposición de batalla. Sin embargo, estos argumentos no se sostienen ante los datos actuales sobre el desempeño de las mujeres en combate o su impacto sobre la dinámica de las tropas. Prohibir a las mujeres entrar en combate no garantiza la eficacia militar, pero perpetúa los estereotipos de género y prejuicios. Es hora de que los militares norteamericanos superen sus obsesiones y reconozcan el lugar que le corresponde a la mujer en el campo de batalla.

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