Hoy por hoy el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo. Y sigue siendo la palabra maldita y el mayor tabú de todos los tiempos.
Pero negar este acto brutal no ayuda precisamente a prevenirlo. Ocultar las personas que se quitan la vida por culpa de la precariedad o el paro no conduce a ninguna parte. Pese a ello se siguen negando estas muertes, aunque cada vez con menos contundencia.
El suicida sigue siendo ese fantasma del que se habla pero nadie ve. Incluso en hogares que lo han padecido la cultura inculcada lo hace ver como un apestado. Desgraciadamente quien se quita la vida no siempre lleva dentro un trastorno de la personalidad. Hoy mismo me contaron el caso de un joven teleoperador (comisionista de éxito en ventas) al que la empresa alegando dificultades financieras no pagaba. Un día varios compañeros lo fueron a ver al hospital. "Me equivoqué al tomar la medicación", fue su explicación cuando le preguntaron qué había pasado. A los pocos días saltó al vacio. Fue su segundo intento. ¿Podia haberse prevenido? ¿Podía haberse evitado? Rotundamente, sí. La empresa, como tantas otras, debería haber tomado medidas preventivas (ya tenemos como escarmiento los casi 30 suicidados en Francia con Orange). Sus compañeros deberían haber hablado más con él, aunque a la salida del hospital incluso estuviera risueño.
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