Ha llegado para quedarse. Cada vez se ven más -mujeres por cierto- en el metro leyendo ávidas página tras página.
El libro electrónico se puede leer al borde del agua. No hace falta gran concentración. El viento no se lleva las páginas. Y tal vez algún día -quizá ahora- se puedan ya subrayar sus páginas. La quema de libros por fin ha terminado.
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