El hombre empequeñece en la imagen de abajo. Pero los japoneses demuestran su carácter disciplinado. Caminan en línea recta y sin romper la fila, aunque el mundo se abriera bajo sus pies.
Sorpresa, estupefacción, los ojos oblicuos abiertos como platos. Estos dos ejecutivos miran el mundo exterior protegidos tras el cristal, pero saben que a ellos también les puede tocar. La muerte no discrimina. Y el mundo se tambalea afuera, a estas horas (12 de marzo, 19:21).
Se abrirán cielos y tierra y como dirían los profetas llegará el fin del mundo. Y ha llegado para una parte de Japón en donde las vidas se cuentan menos que las muertes. Al desastre natural se une ahora la 'explosión' del ingenio construido por el hombre (malditas centrales nucleares) cuya desvastación la padecerán generaciones futuras.
En ese mar de fuego y desolación que retrata la NASA (imagen de arriba) continúa la búsqueda angustiosa de supervivientes. Rascacielos que se doblan como juncos azotados por un viento infernal, trasatlánticos que parecen barcos de papel en la bañera de un niño que revuelve con furia el agua, coches que se deslizan impelidos por la atracción de la desgracia. Y al fondo una central nuclear (explota, no explota). Uno se ve pequeño ante la inmediatez de la desgracia, escucha la radio e imagina. Hoy no es un día para leer periódicos y menos ver fotografías, apaga la televisión y respira. La guadaña de la muerte no descansa.
Miles de vidas truncadas, nombres que se repetirán una y mil veces en la noche, un hasta luego que se quedó en un adiós definitivo. Apocalipsis, destrucción ¿qué hemos hecho para merecer esto? Algunos tendrán remordimientos, se sentirán culpables. Una desgracia infinitesimal. Las palabras curarán pero no ahora, sólo sollozos, lamentos, suicidios…y ausencia una AUSENCIA tan grande como el terremoto que deja grietas en el alma, hendiduras por las que se escapa el alma
Sorpresa, estupefacción, los ojos oblicuos abiertos como platos. Estos dos ejecutivos miran el mundo exterior protegidos tras el cristal, pero saben que a ellos también les puede tocar. La muerte no discrimina. Y el mundo se tambalea afuera, a estas horas (12 de marzo, 19:21).
Se abrirán cielos y tierra y como dirían los profetas llegará el fin del mundo. Y ha llegado para una parte de Japón en donde las vidas se cuentan menos que las muertes. Al desastre natural se une ahora la 'explosión' del ingenio construido por el hombre (malditas centrales nucleares) cuya desvastación la padecerán generaciones futuras.
En ese mar de fuego y desolación que retrata la NASA (imagen de arriba) continúa la búsqueda angustiosa de supervivientes. Rascacielos que se doblan como juncos azotados por un viento infernal, trasatlánticos que parecen barcos de papel en la bañera de un niño que revuelve con furia el agua, coches que se deslizan impelidos por la atracción de la desgracia. Y al fondo una central nuclear (explota, no explota). Uno se ve pequeño ante la inmediatez de la desgracia, escucha la radio e imagina. Hoy no es un día para leer periódicos y menos ver fotografías, apaga la televisión y respira. La guadaña de la muerte no descansa.
Miles de vidas truncadas, nombres que se repetirán una y mil veces en la noche, un hasta luego que se quedó en un adiós definitivo. Apocalipsis, destrucción ¿qué hemos hecho para merecer esto? Algunos tendrán remordimientos, se sentirán culpables. Una desgracia infinitesimal. Las palabras curarán pero no ahora, sólo sollozos, lamentos, suicidios…y ausencia una AUSENCIA tan grande como el terremoto que deja grietas en el alma, hendiduras por las que se escapa el alma
Blas de Otero un gran poeta
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