- Pues venía a verle a usted.
- ¿A mí?
- Sí, señor.
- ¿Qué te pasa?
- Que me he quedado parado.
- ¿Cómo parado?
- Sin trabajo..."
Mala Hierba/Pío Baroja
"Expresemos
nuestra envidia por el hombre con empleo permanente y ninguna preocupación
sobre el futuro". La frase pertenece al poeta Ezra Pound
y está recogida en su Antología. La precariedad convive con el hombre y a veces
le persigue con saña, lo que hacer interrogarse a unos personajes de Las
olas, novela de Virginia Wolf:
- “¿Cuánto habrán ganado hoy?
- Lo justo para pagar el alquiler, para la luz y
para la comida, y para vestir a los hijos. Sí, pero lo justo...”
Tener o no tener empleo es la cuestión vital
que se plantea ahora mismo en España. Esta incertidumbre, preñada de angustia,
no es nueva. "Sabíamos muy bien que
nuestro empleo dependía de un hilo, que no teníamos ningún tipo de seguridad en
nuestros puestos, y que cualquier queja que nos hiciese impopulares ante la vieja
nos causaría un inmediato remplazo por cualquier otro estudiante de facultad,
de esos que andan siempre necesitados de dinero..." confesaba acobardado
un personaje de Bryce Echenique en sus Cuentos Completos. Los tiempos ya no están para permitirse elegir el puesto de trabajo que más nos agrade
como pretendía el narrador Saul
Bellow en Un futuro padre. “Buscaba un
empleo apropiado. Era hermosa, culta y aristocrática en su actitud, y no iba a
ponerse de dependienta en una tienda de tres al cuarto”.
La frustración está presente en las narraciones
de los grandes escritores. “Tú también
eres rara. Temblabas cada vez que tenía un trabajo, temblabas por que lo
conservase. Lo podía ver en tu cara. Me recomendabas que tuviera paciencia. Y
ahora me animas a irme”, escribía Henry Roth en Llámalo sueño. Sobrevivir
es muy difícil ahora y lo era entonces. “En
una época en que otros conseguían puestos cómodos, yo pasaba de un empleo
miserable a otro, sin ganar nunca lo suficiente para subsistir”, confiesa
Henry Miller en Trópico de Capricornio. Un escritor que padeció hambre ya
reflejaba en los tiempos duros de hace setenta años una situación de la que no
hemos escarmentado. Cualquier desempleado se siente retratado aquí: “¡Dios sabe –pensé- si todo esto me servirá
para buscar una colocación! Estas múltiples repulsas, estas vagas promesas,
estos “no” secos, estas esperanzas tan pronto nacidas como desvanecidas, estas
nuevas tentativas que a cada instante se convertían en nada, habían consumido
mi animosidad”. Hambre,
de Knut Hamsun, diseña magistralmente
la indefensión del que carece de empleo.
Peor aún que el infierno de no tener trabajo
es cuando el parado se cree perseguido por una mano negra que no le deja salir
a flote, como revela en Beatus Ille, Antonio Muñoz Molina: “porque
a ver cómo puedo yo levantar cabeza y darte un porvenir si la mala suerte me ha
perseguido desde antes de nacer”. La desesperación hace surgir escritores anónimos que llenan buzones con un dramático S.O.S. y
pegan carteles en demanda de empleo en las farolas. “Señora
responsable busca trabajo por horas o jornada completa para limpieza y plancha,
también cuida de niños y ancianos,
teléfono 6677…”. Pero el drama, como sucede en España, está en
toda la familia y cada uno lo vive de una forma particular y brutal si es un
niño: “yo quería ser un chico alegre porque era Navidad, pero sabía que no
iba a estar alegre. Mi padre no tenía trabajo.” Cuento de Navidad/Frank
McCourt.
Hay escritores que reflejan
como la explotación infantil campa a sus anchas (antes y ahora, aunque está
penada, cada vez con más descaro). “Pues
ahí tienen que el hijito de mi compadre se había muerto porque a los once años
lo habían metido a trabajar a las entintadoras, y el pobre no duró ni un año,
metido ahí tragando tanta pelusa. Ahí me lo encontré metido en una caja, con su
camisa blanca y sin calzones, todo chupado el inocente”. Es el sobrecogedor
testimonio de La Región más
transparente/Carlos Fuentes. Más
explotación infantil, habitual en los años treinta: “Los muchachos solían empezar a los doce años, pero
ahora cuando tienen catorce; trabajan ocho horas diarias en tres turnos y están
encargados de separar las piedras del carbón, que pasa por delante de ellos en
una paila alargada y movediza; el grupo de muchachos, sentados uno al lado del
otro, se precipita a quitar los pedruscos a medida que va pasando el carbón.
Llevan sus gorras encasquetadas y usan mono azul, sus rostros son tan negros
como sus ropas y el blanco de sus ojos brilla. W.S Maughan/ Cuadernos de Escritor. Otro apunte del
mismo autor y del mismo libro: Dan ha
estado sin trabajo varios meses. Se siente miserable y humillado, pero su
hermano Bert, que trabaja, lo escarnece. Le echa en cara que lo mantiene. Para
sacarle provecho le hace hacer algún trabajo. Dan está tan desesperado que
quisiera terminar con su existencia y es necesaria toda la fuerza de persuasión
de su madre para hacerle esperar a que las cosas cambien.
Alguien que va a perder el puesto de trabajo es
capaz de cualquier cosa. Al menos así lo veía Javier Marías (El País, 12/07/2001).
“La gente está muy sumisa y
bastante adocenada, trabaja demasiado y sobre todo teme excesivamente por su
precario trabajo, tan fácil y tan barato es hoy el despido, tan aterrorizados
viven los empleados, que hacen horas extras sin osar pedir retribución por
ellas, que a menudo delatan o conspiran contra sus compañeros por miedo a que
sean éstos quienes los delaten o conspiren antes.” A
veces, un buen enchufe te vuelve a abrir las puertas del mercado laboral, aquí
y en Japón. “Fue
así como un banquero, a quien me había presentado mi tío, me ofreció un empleo”. Kenzaburo Oéf/ Agüí,
el monstruo del cielo. Y de nuevo la envidia hacia el que trabaja, en lo que
sea, corroe al que le niegan el pan y la sal. “De la noche a la mañana, el cartero se convirtió en un personaje
envidiado porque no podía perder su empleo y hasta tenía vacaciones pagadas”. Arthur
Miller/ Al correr de los años.
-
Tienes juventud, confianza y un trabajo- dijo
el camarero de más edad-. Lo tienes todo.
-
Y
a ti, ¿qué te falta?
-
Todo
menos el trabajo.
-
Tienes
todo lo que yo tengo.
-
No.
Nunca tuve confianza y no soy joven.
Un lugar limpio y bien
iluminado/ Ernest Hemingway.
La cotidiana lucha
por la supervivencia fue reflejada por Luis Cernuda/La visita de Dios
(Antología poética). “Y mordiendo mis
puños con tristeza impotente aún cuento mentalmente mis monedas escasas, porque
un trozo de pan aquí y unos vestidos suponen un esfuerzo mayor para lograrlos
que el de los viejos héroes cuando vencían monstruos, rompiendo encantos con su
lanza”.
No querer
entender, que uno pueda quedarse en paro de la noche a la mañana.Todavía hay quien se pregunta ¿qué es un parado?
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