Así en caliente, tu cuerpo ya casi frío, te escribo, Gabriel García Márquez. No te hago una necrológica, que de esas tan manidas estarán llenas los viejos diarios de mañana. No, sencillamente te agradezco que inocularas en tantos las ganas de escribir.
Porque al fin y al cabo de eso se trata. De contar lo que sucede todos los días como si fuera la primera vez. Y en eso, ahora que no me escuchas, tu eras el maestro. Recuerdo como tantos otros las tres veces que tuve que empezar 'Cien años de soledad' hasta que el gusanillo me impidió cerrar el libro. En la confusa adolescencia de muchos eras el puerto en el que refugiarse. Contigo, estimado escritor, me sucede una cosa extraña: estás por encima de tus libros, algo que no pasará con otros. Ese magnetismo tuyo es lo que quedará sobre tus obras. Una sin duda es la elegida. Permíteme, ahora que no me escuchas, que te haga un reproche: una de tus últimas obras parecía tal cual escrita por un viejo verde. La niña puta no fue muy lograda pero tus acólitos te perdonaron. Ya, tu rostro del color del mármol, te recuerdo como un gran escritor. Y hasta hay quien ya te perdona tus apoyos al dictador Fidel Castro. Descansa. Sueña. Imagina. Y luego cuéntanos que hay al otro lado de la vida.
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