Tras dos años de
pontificado, el Papa Francisco ha removido conciencias y despertado la ilusión
en una nueva forma de encarar los problemas. La primera señal fue la
transparencia. Abrió la institución vaticana de par en par –con auditorías
incluidas a la banca- y dejando al desnudo los pecados de la institución; el
más grave, la pederastia. Se
refirió a los abusos de Marcial Maciel, a quien calificó de un gran enfermo y
reconoció que sí pudo haber algún encubrimiento en El Vaticano. Se declaró
enemigo practicante de la ostentación y los símbolos superfluos. “No yo no puedo ir en un Mercedes,
BMW…”. Impuso la austeridad predicando con el ejemplo y dejando los
aposentos papales.
Volvió a recordar el gran
pecado de las diferencias sociales entre ricos y pobres. “A esta tiranía de un sistema
económico que tiene al dios dinero en el centro y no a la persona”. Denunció
la corrupción, muy ligada al narcotráfico y a las dictaduras; tendió la mano a
las otras religiones, respetando el laicismo. Acabó con el estigma de la
homosexualidad, cenó con transexuales y repudió a los contagiados por la
ignorancia: abrazó y estrechó a un leproso.
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