Año 1981. Llego a Cuba como
turista en busca de documentos de mi padre, nacido en la isla. Coincido con una de las
celebraciones multitudinarias de Fidel Castro –discursos de más de cinco horas-
como homenaje a la Revolución de los barbudos de Sierra Maestra. Por motivos de seguridad
nos prohíben asistir a la convocatoria. Primera censura a la libertad de movimientos.
Recorremos la isla en un
autobús del que nos bajan para fumigarlo por el dengue. La guía habla de los
logros en centrales atómicas de su gobierno. Nos mostramos totalmente en
desacuerdo con este proyecto.
En el lujoso hotel en que
nos alojamos tienen prohibida la visita a los cubanos. Segunda censura a la
libertad de movimientos. Nos resulta indignante. Tienen a las cubanas sentadas
en un cajón dentro del ascensor un sinfín de horas para pulsar un botón y subir
y bajar a los turistas. Explotación laboral.
Vemos recorrer las calles a
los pioneros de la revolución, niños y adolescentes, con pañuelos al cuello. Nos
aburre el adoctrinamiento sin más. El marxismo porque
sí.
Las consignas
matan toda revolución. El comandante Castro debió olvidarlo. (En la imagen a
bordo del avión que le llevaba a visitar a Salvador Allende. Este sí, grande).
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