En 2009 las confesiones de los parados coparon portadas de periódicos y revistas y las horas de mayor audiencia (prime time) en televisión. Una cadena privada ha recluido en una jaula (perdón plató televisivo) a presuntos representantes de la generación Ni-Ni (ni estudia ni trabaja). El más duro de corazón, el que más lágrimas de cocodrilo haga derramar a su familia, tendrá más posibilidades de ser ‘rehabilitado’. Un equipo de psicólogos se encargará de sacarle del infierno en que ha convertido su vida. Trabajará o volverá a estudiar y será un hombre de provecho.
Los parados son expuestos en la plaza pública, desnudados sin pudor, sin respetar su intimidad, ni tener en cuenta que a veces hablan para librarse de sus demonios. A las puertas de las oficinas de empleo se recogen a vuela pluma testimonios, sin tiempo para la reflexión o el análisis. El drama es lo que cuenta. Cuanto más desgarrador tendrá más lectores: “en su casa, hoy sólo entran sus 200 euros, el sueldo de su madre como limpiadora y el subsidio por desempleo que desde hace seis meses cobra su padre. Pero este último ingreso va a reducirse en breve.”
En la crisis del 93 empezaron a menudear en España los trabajadores que ofrecían un riñón por un puesto de trabajo. En 2009 hubo ciudadanos dispuestos a vender o donar una parte de su cuerpo (órganos, pelo, esperma…) por dinero. La asfixiante situación económica que padecían era la coartada. La asociación de consumidores Facua denunció la existencia de portales de Internet con anuncios de venta de órganos. Como en la plaza del mercado los parados ofertan la venta de riñones, pulmones y hasta médulas. Solicitan desde 15.000 euros hasta un millón. Un desempleado, a cambio de formar parte de una muestra en la que se exhiben doce cadáveres, cancelaba la hipoteca de 220.000 euros. Hay circo para rato.
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