Yasmin le ignora. Sus bellos ojos están fijos en sus relucientes carteras. El tacón afilado se apoya indolente en la pared. Su rostro, bonito y reluciente de maquillaje, les observa bajo la tenue luz de la farola encendida en invierno. Con la pierna doblada deja juguetear la minifalda sobre los muslos hasta que una inesperada ráfaga de aire provoca una carcajada colectiva en los colegiales.
Cuando
se pierde por la esquina el último, de andar patoso, la reluciente cartera a la
espalda, Yasmin humea el aire con un extra largo. Luego sonríe al escuchar unos
pasos y baja el tacón de la pared. Es un sacerdote que se dirige a la iglesia
cercana.
Contrariada se muerde los labios.
El
frío retrepa por su espalda cobriza y lustrosa. Tamborilea con los pies en el
suelo y se frota las manos enrojecidas mientras la luna asoma en cuarto
creciente. Pinza las medias con los finos dedos, se las alisa y estira la
minifalda. El colegial bromista asoma la cabeza por la esquina y le chista.
Yasmin le saca la lengua. Tímidamente se acerca hasta ella.
- - Me gustas mucho y me quiero casar contigo- le dice, las orejas a punto de enrojecer.
- - Ya lo sé. Pero no vas a tentarme aunque seas
tan guapo.
- - No puedo dejar de pensar en ti. Mira mi anillo de compromiso.
-
Me halagas. Cuando termines el último curso seguiré aquí, esperándote. Entonces, ya veremos…
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