miércoles, 23 de junio de 2010

Naciendo

La natalidad se frenó en España en el año 2009 tras un periodo de continuo incremento durante los 10 años anteriores. Esto me da pie para colgar este relato.

   Empuje, que ya sale. Vamos, mujer. Un empujoncito y ya es nuestro. ¿Qué le sucede? Iba tan bien. Vamos, tranquilícese y volvemos a empezar. Respire hondo. Venga, ahora. No, así no, mujer. Lo está haciendo al revés. Algo va mal. No se duerma que ahora no es el mejor momento. Luego descansará todo lo que quiera, con el bebé sobre su pecho. Vamos, mujer. Un empujoncito y ya es nuestro.


   No sé si merece la pena, la verdad es que estoy confundida. Y no es para menos. Todo iba sobre ruedas. Ya tengo dos hijos y esta sería la nena, la princesa de la casa. Pero no sé. El caso es que a mi marido pese a todo le veo muy ilusionado. Pero no sé si será consciente de que es una boca más que alimentar. Además, las nenas gastan mucho, son presumidas desde pequeñas y caprichosas, para qué vamos a engañarnos. A ella no le puedo poner nada de sus hermanos. Está bien eso de la moda unisex pero yo debo de ser muy antigua. Por ahí si que no paso. Claro está mi mentalidad me obliga a poner otra habitación para la niña. Un gasto extra que ahora no podemos permitirnos.

   A mi marido está a punto de caérsele la baba. Espera embobado a verla salir. Le gustan mucho los niños. Creo que le quiero más que a nadie en el mundo. Ahora se ha puesto muy serio cuchicheando con el médico y la comadrona. Se alejan los tres y forman corrillo. Tras intercambiar unas palabras el médico se acerca con paso ligero.

- Le vamos a poner una inyección para adelantar el parto.

- Ni lo sueñe, doctor. Nunca la he necesitado.

- Pues, entonces, mujer, no se lo piense más. Adelante. Empuje con energía, que ya no es una primeriza.

- No sé…

   Andrés tiene siete años. Llegó en el mejor momento. Ya teníamos la casa pagada y trabajábamos como dos purasangres. Muchas horas extra de regalo a nuestras compañías y ni una falta de asistencia. Todos los años teníamos bonus que gastábamos en unas espléndidas vacaciones.
- Este crío nos traerá mucha suerte- vaticinó mi marido.

- ¿Estás seguro?

- Mírale bien y dime lo que ves en su cara.

- Fortuna.

   Se lo dije tras contemplar su plácido rostro y no me equivoqué. A los pocos días nos tocó un segundo premio en la lotería. Claudio tiene cuatro años. Al poco de nacer algo se empezó a torcer. Y no se lo achaco a él, pobrecito. Es la carita de un ángel. Si alguien ha visto uno alguna vez sabe a lo que me refiero. Lleva el pelo ensortijado, tiene una carita redonda y bondadosa, una nariz perfecta, una linda boca y esos ojos azules. Un buen día mi marido se encontró en la encrucijada: recorte de sueldo o a la calle. No le quedó otra que apechugar y esperar tiempos mejores. Pero con su carácter indómito sabía que tendríamos complicaciones. No se resigna a las nuevas condiciones que le ha impuesto la compañía. Y eso nos trae problemas. Hemos dejado de ser la pareja tocada por la buena suerte.

   Cuando nos mostraron la ecografía estábamos tan contentos como unos padres primerizos. A mi marido y a mí todo nos ilusiona. Como si sucediera por primera vez. Un nacimiento es una primera y única vez. No hay un parto igual a otro. El ginecólogo y la comadrona siguen emocionándose. Ríen o lloran con cada criatura que traen a este mundo.

   La nena es indomable. Hace fuerza y pugna por salir. Pero algo en mis entrañas se resiste. De mayor me cogerá manía. Toda la vida me recordará este retraso en echarla al mundo. Y argumentará que es la causa de su retraimiento, de la falta de amigos, en fin de no destacar en nada. Vivimos una época que no está para tirar cohetes. Para traer un niño al mundo hay que pensárselo. Cuando plantamos la semilla -no se me olvidará noche tan hermosa, tampoco a mi feliz marido- fuimos unos inconscientes. Pero creo que pocos eran los avisados sobre lo que se nos veía encima. Ellos lo sabían. Mi marido al menos así lo cree.

- Pudieron evitarlo.

- ¿Tú crees?

- Claro, mujer. Tenían todos los datos para saber que la situación era insostenible.

- Tal vez la tuvieran tan delante de los ojos que no supieron verla.

- La crisis estaba ahí, a la vuelta de la esquina. Delante de sus narices.

   Esto es perturbador. Tanto mi marido como yo estamos desconcertados. Por eso no me gusta leer los periódicos ni ver la televisión. Sólo ofrecen testimonios desgarradores de gente sin empleo acompañados de una generosa oferta de trucos baratos para llegar a fin de mes. ¡Dios mío! porque pensaré estas cosas cuando la nena pide paso.

- Señora empuje, por favor. El tiempo apremia.

- Haz caso al doctor, cariño. Tengo muchas ganas de ver a la nena.

- No sé…

   Cuando notamos el primer aviso empezamos a gastar menos, a prescindir de ciertos caprichos. Ahora nos quedamos en la ciudad y sólo escapamos a la playa una semana.

- El año próximo iremos al pueblo de mis padres.

- ¿Y la playa?

- Hay que ahorrar.

   Mi marido se ha vuelto previsor, quien me lo iba a decir. Hace poco, con la disculpa de la nena, quería que compráramos un coche más grande.

- Más vale que estemos preparados. La situación puede empeorar.

- ¿Quién te lo ha dicho?

- Tengo amigos influyentes.

- Yo también leo los periódicos.

- ¿Qué quieres decir?

- “No será fácil ni rápido salir de este agujero”.

- Recitas a Obama como un loro.

- ¿Crees que fue sincero?

- Nada tenía que perder. La verdad cuanto más cruda mejor. Días después los periódicos recogieron otra profecía: “las cosas se pondrán peor, antes de que comiencen a mejorar”.

- ¿Crees que exagera?

- Al contrario. Lo veo muy comedido.

- Cariño, ¿me ocultas algo?

- Nada, mujer. ¿Qué adelantaría con negarte la realidad?

- Algunos lo han hecho.

- Sobre todo uno.

- Negó la mayor.

- Lo pagará muy caro.

- ¿Tú crees?

- No lo dudes.

- Este país es olvidadizo.

- No cuando le tocan el bolsillo.

   Hubo un tiempo en que nos creíamos diferentes. Formábamos parte de una clase superior. Y ya se sabe los superhombres no tocan el suelo. Ahora pese a la caída podemos considerarnos afortunados.

- Cariño ¿en qué piensas?

- Cosas mías.

- La nena no puede esperar.

   Mi marido me coge las manos y me mira turbado. Creo que presiente lo que me pasa.

- Algo hay que hacer. Tú mujer no está aquí. Está como ausente.

El médico prepara la epidural. La comadrona está alerta ante cualquier eventualidad.

- Cariño, regresa. Las crisis pasan.

- ¿Y la nena?

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Qué mundo le espera?

- …

   Mi marido se muerde los labios y no responde. ¡Dios mío, cuanta inconsciencia con la que está cayendo!