miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sólo un empujón

   El charco de sangre se iba espesando sobre el pavimento, dejando un olor acre y dulzón en el aire. Sentado al lado del cuerpo y cogiéndole una mano que aún se movía, repetía una y otra vez: que nadie la toque, es solo mía. Un remolino de curiosos con la cobardía pintada en el rostro se mantenía a distancia mientra la hoja del cuchillo brillaba ensangrentada.

   El coche de policía asomó por la avenida. Juan C. la estrechó entre sus brazos y derramó un par de lágrimas. Tardé en llegar cinco minutos pero ya estaba muerta. La habían cubierto con ese plástico color oro que nunca deseamos ver. Dos policías husmeaban en los rastros de sangre. El presunto asesino, su marido, había desaparecido. Corrió como un demente en dirección al acantilado. Eso me dijo la primera persona con la que hablé. Merodeaba cerca del cadáver y se la veía con ganas de hablar. La invité a un café y al ver mi grabadora se explayó a hablar sin que le preguntara. Casualmente era la vecina del segundo, la víctima habitaba el tercero del que me dijo que día si día también le llegaba el ruido de los golpes que él la propinaba. Llegaron hace siete años. Eran una pareja encantadora. Él era un poco reservado pero ella derrochaba simpatía. Eran muy jóvenes y tenían grandes ilusiones. Tener niños lo primero de todo. Como yo soy viuda y estoy muy sola agradecí la compañía de la nueva vecina. No tardó en invitarme a su casa.

- Encarna, sube que he preparado un café muy bueno.
- Enseguida, Carmen, déjame que tienda la colada.
- ¿Y tú marido?
- No te preocupes que hoy llegará tarde. Podemos hablar todo el tiempo que quieras.
- Trabaja demasiado.
- No hay más remedio si queremos cumplir nuestros sueños.
   El periodista la escucha si alterarse. Parece una historia más. Hasta ahora no tiene una idea clara de cómo escribir la crónica para que sea original y diferente. No quiere ser un vulgar gacetillero.
- Fíjese que yo al final era casi de la familia- le confiesa la vecina mientras hurga en el bolso buscando el pañuelo.
-¿Por qué la mató?
-No le encuentro explicación. Ambos eran adorables.
-Pero me dijo que la pegaba, que usted escuchaba el ruido de los golpes por la noche.
-Sí, no voy a negarlo. La maltrataba. Pero antes de eso él era una buena persona. Educado, alegre, amable, seductor, solidario, atento, respetuoso y casi no me llegan los dedos de las dos manos para los calificativos. Pero le daban prontos, ya sabe.
-¿Y ella? ¿No se quejaba?
-Claro, tampoco era una mártir. Al día siguiente me enseñaba los moratones pero pese a todo la veía feliz.
-Me está tomando el pelo. ¿Cómo feliz?
-Estaba en una nube. Seguía muy enamorada. Aunque era consciente de que el infierno se acercaba.
-Usted habló con él.
-¿Con su marido? Claro. Un día me lo encontré de frente y le afeé su conducta. Me invitó a un café. Estuvo todo el tiempo sonriente, y tan simpático que no veía en él a la persona que gritaba y golpeaba en el piso de arriba. Me dijo que no recordaba haberla pegado, que tal vez le hubiera dado un empujón, casi en broma. Como un juego de niños. Tampoco habló mucho, ya le dije que era reservado. A Carmen le dolió el primer empujón más que una paliza. Sintió que acababa de perder a su marido. Trató de olvidar el grave incidente, como si nunca hubiera existido. Pero cada vez que notaba la mano de él en su espalda se estremecía. Desde aquél día ya no pudo mirarle como antes. El cariño empezó a menguar. Ya no le quiero, se dijo. Pero aturdida desechó el pensamiento como si fuera una nube negra fruto de la ofuscación.
-Entonces, el marido le negó a usted que la pegara. ¿No es cierto?
-No lo recordaba. Al menos eso decía poniendo cara de no haber roto un plato. Ella empezó a cambiar desde el primer golpe.
-¿Qué quiere decir?
-Adelgazó de forma exagerada. Le entraban temblores y miraba para atrás como si alguien la siguiera. Sin embargo, insistía en que era feliz y hasta lo parecía.
-Pero…
-Un día me preguntó muy seria: ¿Tú crees que estoy loca? Entonces me di cuenta de la gravedad de la situación. Su marido después de aquél empujón la insultaba y se burlaba. Empezó a mostrarse insegura y ya no reía.
-¿Porqué a mí? ¿Cómo me puede estar pasando esto?
-Denúncialo, Carmen.
-¿De qué me servirá?
-Dejará de pegarte, de acosarte…
-Habré roto mi familia.
   Según hablaba la mujer el periodista iba componiendo los titulares. Ya tenía pensado como empezar el texto. Nada de nueva víctima de la violencia de género, nada de la muerta hace el número ochenta y tantos. No, él necesitaba algo diferente. Era su primera crónica de sucesos y no podía fallar. Debía de llamar la atención, que los lectores percibieran algo más que el espíritu de un plumilla y sobre todo que el director fuera consciente de que estaba ante un nuevo Truman Capote. Tenía que elevar el suceso a la categoría de arte y para ello debía hacer un retrato original de la atmósfera familiar, descubrir al lector los sórdidos detalles que habitualmente se escapan y que hábilmente ocultan las parejas encantadoras.
   "Eran adorables. Él, reservado y muy trabajador. Ella, habladora y feliz. Tenían proyectos tan sencillos y naturales como tener hijos. Pero un día la relación se envenenó. Tal vez porque ella le reprochara algo, entonces él la empujó ligeramente, riéndose. Y todo empezó a rodar cuesta abajo. La mujer empezó a perder la cabeza.”
-¿Cuándo empezaron los golpes?
-Al poco de llegar.
-¿Y ella?
-Como amiga me lo confesaba todo, sin guardarse nada. Sufría ante sus inesperados ataques de ira pero no podía pararlos. No sabía como.
   Encarna le da vueltas al pañuelo mientras recuerda una de tantas charlas con Carmen.
-Juan está muy susceptible, salta por cualquier tontería.
-¿Y que te dice?
-Que no puede evitarlo.
-Pero mujer…
-Luego me trae flores y me pide perdón como un perro apaleado. Y yo, tonta de mí, le perdono. Me da tanta pena. Y, además, le quiero tanto.
-Pero mujer…
-Todo se arreglará.
-Un día te matará.


   El periodista observa tras el ventanal de la cafetería el cadáver tirado en la acera, cubierto por el plástico dorado.
-¿Tanto le quería?
-No lo sabe usted bien. Si los viera por la calle. Ella iba cogida del brazo y le miraba como si fuera el único hombre en la tierra. Se querían mucho, esa es la verdad.
-Hay amores que matan.
-Y tanto.
- Sabe, tenía un diario. Escribía todos los días. Lo empezó el día en que él le dio el primer empujón. Era su vía de escape.
-¿Lo tiene usted?
-Me lo entregó la difunta cuando intuyó que podía ser el final. Pero no se lo puedo dar así como así.
-No la comprendo.
-No se haga el tonto. Quiero dinero.
   El periodista echa mano de la cartera y saca unos billetes. Ella los mira ruborizada.
- Esto es lo más que estoy autorizado a darle.

Diario atribuido a Carmen
   “ Hoy me ha hecho perder el equilibrio. Está enfadado y la paga conmigo. Dice que le he defraudado y que sólo soy escoria. No acabo de entenderle. Hago lo mejor que puedo lo que me pide. Él me golpea. Pese a todo le quiero con toda mi alma. Sin él, me volvería loca. Creo que empiezo a perder la cabeza. Tal vez él tenga razón y soy tonta, una nulidad, un desecho como me llama escupiendo las palabras. Siento que la felicidad se me escapa…”
   Cuando leí lo que el periódico decía de mi hija estuve tentada de estrangular a ese periodista. Lo pensé mejor y cuando me llamó por teléfono en busca de carnaza- ¡para qué si no iba a llamarme!- le dije que aceptaba una entrevista. Era la única oportunidad que tenía de devolver a mi hija el honor perdido. El muy canalla había escrito que estaba perdiendo la cabeza. ¿Quién va a creer a una loca? Con lo sensata que siempre ha sido mi hija. Y hasta se ha atrevido publicar un diario atribuido a mi niña. Me dio el pésame, cohibido, mientras me entregaba un ramo de flores. Pero yo sé que éstos periodistas vienen ya muy aleccionados para hurgar en la miseria.
-¿Estarás contento de lo que estás contando? Todas esas mentiras sobre mi pobre hija me están haciendo mucho daño.
-Señora, yo he indagado y escribo lo que sus allegados me han contado.
-Mi hija no era de contar su vida a extraños. Para sus cosas era muy reservada.
-Tenía motivos para desahogarse. Y lo hizo con una vecina.
-Nunca me dijo que tuviera una amiga en el edificio.
-Encarna me comentó que era la mejor amiga de su hija.
-Yo la visitaba con frecuencia y mi hija nunca mencionó a ninguna Encarna. Ninguna vecina apareció por la casa. Mi hija con quien de verdad se confesó fue conmigo, con su madre. Las madres somos las únicas que, en casos así, podemos dar apoyo y consuelo. Y también ejemplo por lo que hemos pasado.
-¿Qué quiere decir?
-Antes de que se hablara de la violencia de género yo la padecí en mis carnes.
-¿Su marido le pegaba?
-Y antes mi padre. Entonces era así. Debería saberlo. Si llegaba tarde a casa era una puta para mi padre. Si lo hacía cuando vivía con mi marido, porque me quedaba un rato con las amigas, más puta todavía.
-Entiendo.
-Perdone, pero no creo que entienda nada. Mi hija empezó a vivir ese ambiente desde pequeñita. Lo que no esperaba la pobre es que su marido fuera otro de tantos.
-Todos perdemos los nervios alguna vez. Se nos escapa un cachete…
-No sea majadero. Mi hija ha pasado un verdadero calvario y ahora encima la está vilipendiando.
-La entiendo. Está molesta.
- Pues no lo parece cuando escribe lo que escribe. A ver qué publica ahora de todo esto. Si he consentido en verle es para limpiar el honor de mi hija. Ella nunca le provocó ni le dio argumentos para que la maltratara. Y además si lo hubiera hecho no es para responder como él lo hizo. La pobre no pudo entender dónde se metía. Con la primera bofetada el mundo se le cayó encima.
- No es lo que dice en su diario.
- Ahí quería llegar yo. Tenía un diario, sí y me lo entregó para que lo guardara bajo siete llaves si algo le pasaba. Ese diario que publica su periódico es inventado. Esa no es la letra de mi hija.
- ¿Entonces?
- Se ha dejado engañar por una mujer necesitada de protagonismo. Y tal vez haya dinero por medio. Usted es un pobre imbécil. Nos veremos en los tribunales.
  El periodista, recién casado, es interpelado por su mujer a la hora del desayuno.
- He leído tu crónica. Me parece una canallada.
- No te entiendo. ¿Qué quieres decir?
- Has denigrado a esa mujer. Además de muerta, difamada. No sabía que fueras tan rastrero. ¿Cómo puedes calificar de loca a alguien que ya no puede defenderse?
- Pero que sabrás tú de esta historia si hasta el director me ha felicitado.
- Y con eso limpias tu conciencia. El director es otro patán que sólo busca vender más periódicos.
- ¡Cállate imbécil! La mesa tiembla ante la violencia del puñetazo.
- Sí, vete a la calle. A ver con que nuevas mentiras regresas. Después de llamar insistentemente al segundo piso le abre la puerta una señora mayor.
- ¿Encarna?
- Aquí no vive ninguna Encarna, hijo mío. Usted pregunta por la maltratada.
- ¿Cómo la maltratada?
- Sí, joven. Encarna es famosa en el barrio porque perdió la cabeza por las palizas de su marido. La pobre estaba muy enamorada. Fue la primera maltratada de la que tuvimos conocimiento en el barrio. Nunca se recuperará. Y lo triste es que sigue pensando que le quiere. Y hasta espera su regreso.
- Me habla de una mujer de unos cuarenta años, rubia y menuda, con unos grandes ojos verdes.
- ¿De quien si no?
   El periodista solo se hace una pregunta: ¿Cuántas personas pueden deambular en torno a un cadáver y presentarse como su íntimo? Diario de Carmen (entregado a su madre) “ Creo que nunca me recuperaré. Lo del empujón es lo de menos, lo que me duele es que este lamentable incidente nos separará para siempre. Yo no voy a soportar que esto me suceda. No quiero ser una nulidad. Lo último que quiero es acabar en una casa de acogida. Si ahora me dejo machacar difícilmente podré levantar cabeza. No recuerdo que prendió la chispa, sólo que estoy en un incendio. Y no me siento bien…”
Epílogo
   "Querida, debe quedarte muy claro: contigo voy a aplastar hasta la última brizna de hierba. No es un aviso sino una amenaza: clara y rotunda. Luego que no digan los de siempre que me querías hasta la muerte y que nunca te creíste pudiera llegar hasta el final. Para que lo sepas, guardo un álbum de todas, he conseguido su retrato de la televisión –de los benditos programas del corazón- o de los periódicos. Todas las noches me entretengo en ponerlas en un panel y observaros detenidamente. Y he llegado a una sabia conclusión: os lo merecéis. Vuestro rostro parece que lo está pidiendo y es que ya son muchos años de aguantaros a vosotras, a nuestras madres, a las abuelas. Llega un momento en que la válvula a presión se dispara y actuamos. Y lo hacemos con todas las consecuencias- no nos importa perder la vida- y a conciencia. Muy pocas veces erramos. Desde pequeños nos han enseñado de vuestra debilidad y de vuestras malas artes para conjurarnos. No creas que estoy solo. Somos ya un ejército. El día que nos juntemos incendiaremos hasta las piedras que os dan cobijo. Sé que contáis con poderosos cómplices pero de nada os servirán. Ya habréis comprobado que somos inmunes a órdenes de alejamiento, pulseras electrónicas y demás artilugios. Y es que cuando queremos algo vamos a por ello. Sin pararnos en nada. Y más todavía cuando sois tan insolentes de mostraros tan vivas y erguidas. ¡De rodillas! Ese debe ser vuestro destino. Y aún después de muertos, tenemos ganada la batalla". (Carta manuscrita del marido, encontrada entre las pertenencias de la muerta)