lunes, 25 de abril de 2011

El termómetro de la CRISIS (y 3)

 

   El termómetro se pone al rojo vivo y el mercurio se dispara cuando uno encuadra el retrato real de la crisis: viviendas precintadas por la autoridad.

   Aquí no se ha cometido un crimen o tal vez sí. El propietario desalojado de su vivienda es tratado como un presunto delincuente. Es ese siniestro momento en el que las aseguradoras hacen de brazo ejecutor de los bancos voraces y depredadores.

   Aquí están las ventanas con los cercos quemados por el incendio (¿provocado o no?) que se desató en su interior. Los sabuesos están al acecho para que ciudadanos desesperados no se la traten de jugar a las compañías para cobrar una indemnización que alivie su deuda galopante.
El precinto de la guardia civil impide el acceso.
   El propietario mira a la ventana y le llueven los recuerdos como piedras en la nuca. Crece la mala yerba en el jardín, sigue sin afeitar y con la misma ropa de hace unos días. Es el protagonista de una cruel pesadilla. Hace unos años era respetado y hasta ‘querido’ en el banco pero cuando llegaron las vacas flacas se acabaron los parabienes. Es uno más de estos pequeños empresarios a los que día tras día se les da la puntilla al cerrarles el grifo del crédito: van como cerdos desollados al matadero; algunos rabian, los más resignados.

   Algo incierto les hace sentirse culpables, los malos de la película. En el guión que se reescribe: son los desalmados que vivían por encima de sus posibilidades. Se levantaban a las seis de la mañana y se ponían a la faena después de una noche de insomnio. No sabían que era un delito buscarse una vida mejor. El pulso se le acelera cuando contempla el chalé embargado, cuyas cuotas pagará religiosamente hasta el 2020. En el buzón ya sin nombre duermen las requisitorias de Hacienda, los cortes de agua y luz. La bola de nieve lo ha sepultado. ¿Cuántos en España? ¿Cuántos emigrantes cayeron en la trampa?