Cada mañana este Gobierno debería hacer un ejercicio de
humildad, la mejor vacuna contra la arrogancia y el despotismo. Debería pedir
perdón porque aún hay miles de enfermeros, médicos y policías sin guantes ni
mascarillas o usando las que relavan o desinfectan una y otra vez.
El Gobierno debería dejarse
de los posibles (llegará un cargamento de mascarillas…) y actuar con rapidez
para proteger a quienes están en primera fila contra este enemigo invisible y
sorpresivo como es el coronavirus. A los colectivos en riesgo que pierden la vida
(no voy a recordar cuántos sanitarios han fallecido) no se les puede contentar
con promesas (el cargamento está en camino, los test también los tendremos en
unos días…).
Para los que están al pie
del cañón salvando vidas y jugándose la suya (y perdiéndola) esto es una
tomadura de pelo. Aún no he visto una imagen de reparto de un bien de primera
necesidad como es el imprescindible material sanitario.
En cambio, cuando uno
acude a un hospital no deja de escuchar a enfermeros comentar: “ya no hay mascarillas, sólo nos queda volver a lavar la que usamos”. ¡Vergüenza! Hay que estar dentro del hospital para
vivir realidad.