miércoles, 2 de noviembre de 2011

La desigualdad es la vara de medir.


¿Está enfermo un país que apenas levanta la voz cuando centenares de miles de familias se empobrecen y tienen que mendigar para comer?
¿Por qué no hay respuesta popular cuando hay parados que mueren de tristeza, depresión o se suicidan dejando atrás una tragedia familiar?
¿A dónde va un país adormecido que está segando la hierba bajo los pies a las generaciones futuras?
   Tras el trato de favor dado a los bancos por el Gobierno que contrasta con las miserias que afloran cada día, la desigualdad es la vara de medir. Y ante injusticias tan grandes – como los millonarios planes de rescate que no han hecho circular el crédito con la agilidad necesaria- los expertos creen que la situación no podrá soportarse por mucho tiempo. Y por si fuera poco quedarse sin empleo, al ciudadano de a pie se le mete el miedo en el cuerpo con el lógico y previsible aumento de la criminalidad. La ceremonia de la confusión está servida.
    ¿Por qué no hay la reacción esperada a la crisis? ¿Tan egoísta se ha vuelto el hombre que no defiende sus derechos más elementales? Pan, salario, casa y familia. En otro momento se habría firmado un manifiesto de protestas de intelectuales o en las asambleas de trabajadores se suscribirían protestas colectivas. Contra la precariedad se manifiestan en panfletos y carteles partidos de extrema izquierda y portavoces de la Iglesia, a través de Cáritas. Hasta Benedicto XVI alertó sobre la pobreza en el mundo en su último mensaje navideño. El Papa expresó su preocupación por el futuro, que "se está haciendo más incierto incluso en las naciones del bienestar" y exhortó a los hombres a que ponga cada uno su parte, con solidaridad, "ya que si cada uno sólo piensa en sus intereses, el mundo se encamina a la ruina".