Pese a la incredulidad dominante el
contagio empezaba a ser peligroso y no sólo en las mentes más simples. Recuerdo
unas vacaciones en Estepona (Málaga) en el Sur de España. De noche, en la terraza de los apartamentos, tras
una copiosa cena y vino abundante, fumaba un cigarrillo con una pareja de valencianos. De pronto él –unos treinta años, serio, profesor de
universidad- se puso muy solemne y mirando el cielo nos dijo:
- Tengo que confesaros algo que nunca
me he atrevido a revelar. Y no es por el vino de la cena-. Su mujer, sentada en
una mecedora a su lado, asentía con la cabeza.
- Es tan fuerte que no lo vais a
creer...
- Cuéntanos – le animé poniendo cara
de gran interés.
- Una noche como esta, tan clara y con
un firmamento tan limpio, mi mujer y yo avistamos un platillo volante sobre las
huertas de Valencia.
Los presentes seguimos en silencio.
Contemplando el cielo.
- Lo vimos tal como os estamos viendo
a vosotros ahora- corroboró la mujer estremeciéndose.
- A los dos nos parecían tonterías, ya
veis –dijo él tomándola de la mano-. Pero existen. Están ahí fuera. Y quieren
decirnos algo.
Mientras una oleada de ovnis sobrevolaba la Península , abajo en la
tierra muchos españoles esperaban un día que cambiara sus vidas para siempre.