jueves, 21 de octubre de 2010

La dictadura de la felicidad

   De repente nos descubren un pequeño país en el mundo que pretende calcular la Felicidad Interna Bruta de sus habitantes en relación con el PIB. En Bután, ese pequeño reino budista del Himalaya, encajado entre dos gigantes, China y La India, habrá alguien que un día, una hora, un minuto, un segundo de su vida prefiera ser un infeliz. Esperemos que por desearlo no le lleven a la cárcel.


   El honorable Lyonchhen Jigme Thinley, Primer Ministro de Bután ha sido la estrella invitada del I Congreso Internacional de la Felicidad, patrocinado por Coca- Cola, clausurado ayer en Madrid. La palabra happiness brotaba de los labios del honorable Lyonchhen como una flor. En el encuentro con el auditorio no se cansó de repartir felicidad a manos llenas. Menos mal que, Marcos de Quinto, presidente de Coca-Cola Iberia, reconoció “no somos expertos en la felicidad – no tenemos la fórmula, vino a decir- sino en estudios de mercado”.

   No se puede obligar a la gente a ser feliz por decreto. A la felicidad no se le puede poner puertas, recluirlas en espacios, aunque sean reinos –los 700.000 habitantes de Bután colmados de felicidad serían insoportables-. Ante el tsunami de la felicidad habrá quien suplique verter una lágrima de tristeza. Una sola para ser real.