Pero si fallas te arrojarán a las llamas del infierno.
Durante los últimos años asistimos, sin pestañear ni derramar una lágrima, a un baile incesante de indicadores económicos contradictorios que, primero, ofrecen un sombrío panorama y, luego, expectativas de mejora. Algunos dicen de estos indicadores o señales que son las mentiras encabalgadas en la crisis. Para ser más suave los califico de falsos espejismos. En España llevamos unos cuantos y no hace falta que los recuerde para no amargaros el día. Todos queremos saber que nos deparará el futuro.
En este final de 2011 me atrevo a recordar a Nouriel Roubini, que así se llamaba este santo que profetizó la crisis mundial. Lamentablemente Roubini predicó en el desierto y el mundo está pagando las consecuencias de no haberle escuchado. Si a Roubini lo podemos encuadrar en la categoría de los profetas mayores, conviene no hacer de menos a los profetas de andar por casa. Es el caso de Edward Hugh, un profesor a tiempo parcial, en la edad de la jubilación y afincado en Barcelona, cuya figura ha glosado nada menos que el NYT. Durante años, nadie prestó atención a las advertencias de este británico y economista autodidacta que predijo desde un cibercafé (enviando cual lunático un mensaje tras otro al FMI y otros poderosos organismos) que la zona del euro no podía sobrevivir.
Su razonamiento era sencillo: los ancianos y tacaños alemanes no pueden coexistir bajo el mismo techo con los irlandeses, portugueses griegos y españoles (se olvidó de los italianos). Ahora que la crisis sacude a los mercados mundiales sus reflexiones son de lectura obligada en
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