Muchos ciudadanos que viven en la opulencia
y también muchos que viven en la precariedad desconocen que existe, funcionando
día y noche, un contador de la muerte. ¿Tétrico, verdad? Se trata de un
contador especial. Veréis no contabiliza cualquier muerto. ¡Que va! Este solo
lleva una cuenta detallada de los sin techo (personas sin hogar) que mueren
cada año en una ciudad de España. Mientras escribo este relato son 34 los muertos. ¿Y las
causas? tal vez os preguntéis de seguir leyendo esta breve historia, nada
agradable por cierto. La relación de los fallecidos es tal como la transcribo:
diez murieron por causas naturales, seis por agresión física, tres por caídas,
dos por aplastamiento, dos por otra causa (no se dice el motivo), uno por
accidente fortuito, nueve N/S, no se sabe y el último (del pasado uno de
septiembre), inmolado a lo bonzo. Así de fría es la estadística.

Los sin techo tienen una esperanza de vida
menor que la del común de los mortales y ellos lo saben. Cada amanecer los que
se despiertan sienten que llega un día más para jugar a la ruleta rusa: con las
drogas, el alcohol, la esquizofrenia, la depresión tan profunda que los
mantiene alelados y con otras balas, tanto o más peligrosas, que lleva esa
pistola imaginaria que mata de verdad. Esas otras balas llegan del otro lado de
la calle: de los chavales de buena familia que se divierten prendiendo fuego a
un indigente en un cajero, o de los fanáticos que consideran que su misión,
ejemplar y heroica, es limpiar la calle de despojos, suprimir la escoria que
daña y oscurece la felicidad de los bienpensantes.
En algunos casos los sin techo llevan dentro
el virus de la ‘autodestrucción’ (si es que tal virus existe). Puedo dar fe,
por desgracia, de que uno de los indigentes de esta fatídica lista de los 34, desoyó el consejo de
los médicos de que dejara el alcohol e hizo oídos sordos a los repetidos avisos
de los mendigos que compartían su vida miserable. Y este hombre, de edad
indefinible (la precariedad ensombrece las huellas del desgaste físico en el
rostro) se dejó matar apurando la última borrachera. No tenía voluntad, no
tenía ganas de vivir. Sólo quería pasar al otro lado y lo hizo como sabía. Para
eso, por desgracia, si tenía instinto. Muerte por ‘causas naturales’ es lo que
figura en su certificado de defunción. Matarse no era la solución. Se lo
dijeron también los voluntarios que le atendían.
Martín (nombre tan real como esta historia)
es firme candidato a convertirse en el muerto número 35. Durante el verano
duerme en las calles, como otros muchos españoles e inmigrantes. En invierno,
se refugia en la sala de espera del servicio de urgencias de un hospital o en
los vestíbulos de los cajeros de los bancos. No prueba el alcohol, ni las
drogas, pero la depresión es su compañera de viaje. Dejó de estar alegre hace
unos días, perdió las ganas de vivir cuando sus familiares le rechazaron como a
un apestado. ¿Cuánto tardará en caer?
Posdata.- Cuando empecé a escribir esta narración eran 34 los muertos, ahora son ya 36. Los podéis ver al final del blog, en donde explican las causas.
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