“Estoy aquí porque perdí el
trabajo hace un par de años”, confiesa un paciente que asiste a un grupo de
terapia en una unidad médica localizada en Cataluña. Está en tratamiento y no
acaba de recuperarse. Y tardará bastante en hacerlo. Su mujer, que padece
fibromialgia, acaba de ser despedida. El futuro no puede ser más desalentador. A
continuación toma la palabra una mujer que, agobiada por las deudas, tuvo que
cerrar su peluquería. “Ahora limpio pisos. Trabajo sí, pero me gustaba más ser
peluquera. No me siento bien con lo que hago”. La mujer da rienda suelta a su
estado emocional. Una vez que se ha desahogado está más tranquila.
Las
enfermeras que escuchan a estos pacientes con depresión son conscientes de que
no pueden arreglar el problema causante de la angustia, sólo ayudar a manejar
las emociones o, si se presentan síntomas patológicos, tratarlos. A menudo, son
casos en que sólo hablar ayuda. Los pacientes acuden como último recurso,
cuando comprueban que la familia no entiende su problema. Las consultas
psicológicas por motivos relacionados con la crisis han aumentado. (Los políticos miran para otro lado)
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